La enfermedad de Evo y nuestra estupidez
Evo Morales salió de México con destino a Cuba, allá recibirá instrucciones de sus mentores y atención médica para luego asentarse en Argentina. Solo está esperando que los populistas que reemplazarán a Macri, tomen el control de Casa Rosada.
Las expectativas de Evo deben ser elevadas, espera que le preparen una habitación en la hermosa Quinta de Olivos, para desde allí asumir la jefatura de campaña del MAS rumbo a las elecciones de 2020, pero además conducir de cerca las movilizaciones y conspirar contra la democracia boliviana y el gobierno constitucional de transición. Es un agitador y revoltoso que no cesará en su ambición de retornar al poder.
Su paso de 21 días por México ha sido complicado, se inició con un errante periplo de huida a bordo de una aeronave militar a la que casi ningún país latinoamericano quiso abrirle su espacio aéreo. En su destino lo esperaba una manifestación que daría inicio a la etiqueta #EvoNoEresBienvenido, que define muy bien el ánimo de los mexicanos sobre esta papa caliente a la que López Obrador, a pesar de darle asilo, nunca quiso recibir en el Palacio Nacional. Es natural, su visita le supuso un inútil desgaste a título de nada. Evo encontró a su paso muy pocos gestos amables, la comunidad política de oposición cerró filas para pronunciarse institucionalmente contra la decisión de cobijarlo, fue duramente criticado por la prensa nacional e internacional, asediado por activistas y, según se sabe, además de que la Comisión de Distinciones y Grados Honoríficos de la Universidad Autónoma de Puebla, negara otorgarle un título honoris causa, también fue abucheado en un auditorio de la UNAM. En ese evento, las cámaras captaron una expresión nunca antes vista, estupefacto, lejos de su país y las prerrogativas del cargo, buscaba auxilio con la mirada, derrotado, frustrado, perplejo. En suma, de México se lleva malos recuerdos, perdió casi toda la credibilidad que aún le otorgaban ciertos sectores cuando salió a la luz el audio de una llamada telefónica en que se constata que desde el exilio, instruía a sus huestes continuar hostigando a la sociedad civil mediante acciones violentas.
¿El ex dictador está enfermo? Por supuesto que sí, hace muchos años, su padecimiento, si es que no tiene otros, se llama Síndrome de Hubris, también conocido como la enfermedad del poder. Es un mal que aqueja a las almas débiles, o como la habría definido en su tiempo, el General José de San Martín: “es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.”. Todos los síntomas de esta enfermedad se han manifestado en la conducta del mal llamado presidente indígena, la pérdida de su conexión con la realidad, su incapacidad para escuchar más allá del entorno inmediato, su impulsividad e imprudencia, la falta de capacidad de reflexión, la intolerancia a la crítica, el desmedido afán de mantenerse en el poder, todo ello conectado por el hilo común de la arrogancia, el orgullo exagerado, la abrumadora confianza en sí mismo y el desprecio por los demás (Owen, 2006)
El mal de Morales está en remisión, al menos de esa afección. Paradójicamente, es la pérdida del poder la que obliga al sujeto a retornar a su realidad, no hay forma de enfermarse con el poder al margen de él. Lo que estamos viendo en el dictador, hoy, son más bien las señales de la abstinencia. De ninguna manera se debe pensar que eso lo inhabilita, sino todo lo contrario. Evo no quiere curarse, irá por más, la droga que lo mantenía suspendido requiere ser repuesta, para ello, la decisión de trasladarse a Argentina tiene razones tácticas y estratégicas. ¡Cuidado!
Siendo esa la situación, convendría que los actores políticos del presente asuman la tarea con responsabilidad. Me imagino que no podemos ser tan estúpidos como para ignorar la lección que dejaron las elecciones del 20 de octubre pasado. Ese fue un proceso lleno de contrasentidos, de ambiciones e intereses personales; de rencores y resentimientos. Del uso de artillería contra los combatientes de la trinchera contigua mientras el enemigo miraba de palco como se malgastaban todos los recursos bélicos inter pares.
No, no podemos ser tan estúpidos.
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